domingo, abril 23, 2006

Kiltro
Pataditas Indecisas
Texto: Juan Pablo Fernández


Kiltro es una rara mescolanza, una película que desorienta al que la ve. Zami (Marko Zaror) es el protagonista, un joven árabe que dedica su tiempo a pegar combos y tratar de conquistar torpemente a Kim (Caterina Jadresic). Hasta ahí todo anda bien, hasta que las trompetas suenan y el malo, Max Kalba (Miguel Ángel De Luca) llega para enfrentarlo. Así se presenta la "primera película de artes marciales hecha en Chile", lo que no importa mucho.

Entonces uno tiene que preguntarse si Kiltro es una película en serio o en broma. Porque si bien parece estar comprobado que después de los ochentas las películas de artes marciales difícilmente pueden edificarse como narraciones serias y comprometidas, la película de Ernesto Díaz parece a ratos plantear lo contrario; y luego negarlo.

Una curiosa fórmula es la que lleva a cabo, presentando la historia de un personaje principal que se encuentra con maestros que venden sabidurías tipo "la velocidad no existe", pero que después es objeto de risa en una escena con un beso al atardecer -con trompetas una y otra vez, y otra vez y otra vez.

Es cierto, por un lado podría argumentarse que Kiltro es la re-lectura chilena del género de las artes marciales, y tendría sentido: tiene una trama desplegada en un lugar de clase baja (un ghetto si se quiere), un héroe que se pierde para luego reinventarse y un maestro que vuelve a creer en el mundo gracias a su nuevo alumno.

Pero la fuerza de la película llega hasta ahí y en adelante la narración se irá diluyendo entre preciocismos mal logrados, damiselas guapas en peligro que no son tan guapas, matanzas bestiales recreadas como juegos de niños y malas citas. Construyendo así un panorama totalmente ajeno a su público.

Solo haciendo la vista gorda y recordando únicamente sus pocos momentos brillantes, uno podría asimilar a Kiltro como una simple y eficiente película de entretenimiento. Pero ni a eso llega. Su deficiencia técnica y narrativa la hacen tan incompleta que se vuelve casi imposible articular una opinión más digna que un mísero manual técnico del cine.

Se entiende que no siempre las películas tienen que estar bien iluminadas o decoradas, pero cuando uno puede ignorar eso, es porque hay algo mucho más interesante que no da tiempo para fijarse en tecnicismos -por ejemplo la cercana La Sagrada Familia-. El caso de Kiltro no es tal.

Evidentemente Ernesto Díaz no es Tarantino y nadie debiera pedirle que lo sea, pero tampoco es lo que debería ser: el director de una película con una construcción sólida, que por lo menos la sostenga un rato decente, y con algo que entregar -aunque fuera por último, una narración entretenida y eficiente en sus tiempos-; no se le pedía nada más.