domingo, octubre 08, 2006

Padre Nuestro (segunda parte)
Cuando la autobiografía SÍ importa

Texto: Juan Pablo Fernández



"Mi opinión y mi vivencia es lo que voy a expresar" - Patricio Guzmán

Padre Nuestro es, en cierto sentido, una de las películas mas valientes del último cine chileno, pues es una de las primera que desde sí se reconoce como una versión ficcionada de lo que el autor ha vivido y/o hubiera querido de la vida, y desde allí crea su discurso, desde lo que le es propio, desde su imagen, desde algo así como un autorretrato.

Rodrigo Sepúlveda entonces se plantea como un tipo egocéntrico, que aborda su época desde el hecho de que él mismo la constituye -pues vive en ella- y, por lo tanto, cualquier cosa que le interese verdaderamente responderá si o si a los requerimientos profundos de su tiempo. Por eso su opción narrativa está vigente per sé. Porque sí.

Ahora, igual creo que no se puede olvidar que -como dije en la versión anterior de esta crítica ("Padre Nuestro, primera parte")- la película cojea a la hora de plantear un discurso, una parada o por último una divagación estética, y eso no es menor. Sin embargo creo también que es importante destacar lo que si tiene, que es voluntad. Me parece importante reconocer a los autores que se comprometen de verdad con sus historias y discursos. Que a través de la exhibición de su verdad ficcionada logran manufacturar piezas llenas de verdad y riesgo.

En el pasado estaba bien promover que en Chile miráramos a un frío y calculador Lars Von Trier, autor de películas cerebrales como Dogville o The Five Obstructions. Pero hoy, también es importante que miremos Fellini 8 1/2 y aprendamos algo de lo fructíferas que son las autobiografías, de la profunda catarsis que provoca crear a partir de si mismo. Y que de ahí a veces sale cine.

miércoles, octubre 04, 2006

Padre Nuestro (primera parte)
Cuando la autobiografía NO importa

Texto: Juan Pablo Fernández


Harvey Keitel dice "un actor siempre esta desnudo en la pantalla, aunque este vestido". Ante eso creo que se podría responder -a modo de una de refutación mas o menos- que un director, en cambio, siempre está tapando su desnudez con su propio lenguaje cinematográfico, o al menos así debiera ser. La subjetividad de cada autor tiene que estar camuflada en su cine, porque el cine no es la vida, sino que otro lenguaje, por eso no puede ser a capella. Y en Padre Nuestro eso no sucede siempre.

Aunque claro, siempre la cosa no es tan radical y nos encontramos con contradicciones, como por ejemplo que tiene tripas, tiene ganas y tiene una historia potente que contar, como lo es cualquier cuento que implica afectos familiares (en este caso el viaje de un grupo de hijos para ir a visitar -sino a velar- a su papá moribundo). Lo tiene todo, toda la fuerza y la voluntad. Pero, lamentablemente, por otro lado cae en errores garrafales a la hora de trasladar toda esa voluntad narrativa a su propio quehacer. Porque no logra traducir estas imágenes que le son tan propias, a un idioma más colectivo como es el cine. ¿Por qué? Por varias razones, pero las principales son dos: Tiene grandes actuaciones y blablabla pero no encuentra espacios donde enriquecer a personajes tan ricos en lo potencial. Y en segundo lugar tiene problemas de vista, pues el ojo de la película -que es la cámara- sencillamente no tiene idea de donde situarse y, por lo mismo, quiere situarse en todos lados, esgrimiendo una visualidad que nisiquiera se decide a ser reconocidamente vaga, sino que oscila entre lo definido y lo indeciso, barriendo así con los pocos "momentos de cine" que es posible encontrar.

Padre Nuestro es la repetición del efecto Se Arrienda, una película a la que le sobra voluntad, honestidad y corazón, pero también absolutamente desprovista de maquinación o metáfora, lo que para el imaginario cinematográfico no es muy útil. No hay que olvidar que el discurso de un autor no puede venir "en pelota", porque cuando uno hace cine no está hablando, está haciendo películas. Un discurso sin lenguaje simplemente no se escucha.